domingo, 4 de diciembre de 2011

¿QUIÉN NECESITA UN REVÓLVER TENIENDO CIERTOS INQUILINOS?


Decididamente, la vida en pareja no era para mí.

Lo que yo necesitaba no era un novio que llegase a mi casa, abriera mi nevera, vaciase el estante de la cerveza y la bandeja del embutido y luego se tumbase en el sofá. No... lo que yo necesitaba era algo menos asilvestrado, más romántico... Alguien que me esperara en la puerta cuando llegase a casa tras un agotador día de trabajo, que me llenase de atenciones y de mimos, que se acomodase sobre mi regazo en el sofá...
Y claro, puesto que mi madre es del sexo femenino y además vive con mi padre, al final tomé la decisión de adoptar una mascota.
Pero con las mascotas pasa como con los melones... que hasta que no los tienes en casa y los pruebas no sabes cómo te van a salir... Y una vez cerrado el proceso de adopción, adquisición o lo que sea, no hay manera de devolverlos a su lugar de origen...

Yo escogí una linda gatita de ojos verdes... era chiquitina, tenía la cabeza grande, y esas orejitas puntiagudas que hacen de los bebés felinos unas criaturitas tan adorables...

Cuando llegamos a casa, le coloqué una confortable cestita al lado del radiador y metí dentro una manta vieja... le puse un platito con comida y otro con agua y le preparé una bandeja de arena.
El animalito, para responder a mis atenciones, se escondió detrás de la pata de una mesa y permaneció allí durante varias horas, mirándome como si mi intención fuera la de engordarla para servirla en la cena de Nochebuena. Finalmente, me cansé de esperar a que saliera de su escondrijo y me fui a dar una vuelta.
Cuando volví a casa unas horas más tarde, la gata se había zampado toda la comida, se había hecho pis y caca en mitad del salón y yacía espatarrada sobre el sofá, ocupando mi sitio. Cuando intenté moverla, agitó su pequeña y dulce patita y me sacudió un zarpazo en la muñeca que estuvo a punto de costarme la muerte por desangramiento.
Entonces tuve claro que mi vida ya nunca iba a ser la misma; que, durante al menos 10 años, que es más o menos la esperanza de vida de un felino doméstico sano y bien alimentado, había de resignarme a compartir mi sacrosanto sofá con la fiera aquélla, y que ojito si sólo por un momento intentaba disuadirla de ello, porque entonces corría el riesgo de que me saltase a la cara para destrozármela mientras dormía la siesta.

Pero aquéllo sólo fue el principio: no sólamente era agresiva, sino también huraña... y viciosa. Lamía los golletes de las botellas de cerveza, y cuando alguien venía a casa, o bien se escondía en un armario, o bien bufaba, gruñía y arañaba a mis huéspedes... De hecho, este eventual riesgo de que mi mascota acabara con mi vida social, y sobre todo amorosa (estuvo a punto de despedazar a mi novio cuando éste se vino a vivir conmigo)  fue lo que me hizo plantearme su abandono...


Pero... ¡Ay!
¿Alguien entre vosotros se ha embarcado alguna vez en la difícil tarea de desprenderse de un animal de compañía? Porque a ver, tú tienes un marido que te sacude y, aprovechando una de sus ausencias, haces las maletas, le dejas una nota en la nevera y luego le mandas a tu abogado y sanseacabó. Pero tienes una mascota que te maltrata y la cosa cambia. Si es un pez aún puedes echarlo por el desagüe, pero si es un gato o un perro y te planteas (sólo te planteas) desembarazarte de él... ¡Ay, amigo....!  ¡Éso son palabras mayores!

Sí, porque primero te encuentras con el rechazo de la sociedad... sobre todo de la Protectora de Animales, que te dice que te jodas y bailes, que si fuera un hijo también tendrías que cargar con él... luego con el del veterinario adonde vas a compar la píldora para poder adormecer a la fiera y echarle el guante para meterla en una jaula... y finalmente con el peor de los jueces...
¡¡¡Tu propia conciencia!!!
Que cuando ya has comprado la pastilla y tienes preparada la carne para esconderla, cuando ya has hablado con un amigo que cría gatos en el jardín de su casa y ha accedido a acogerla, cuando ya has preparado la jaula, cuando ya estás decidida del todo... La meteorología y tu Pepito Grillo se confabulan en tu contra y empieza a nevar.. pero no cuatro copos de nada...
No...
Un temporal como para organizar una carrera de trineos...

Y el animal te da pena... pobrecillo, míralo, con esos ojitos verdes, maullándote lastimeramente desde detrás de la pata de la mesa donde se escondió el día que lo trajiste a casa... y tus ojos se llenan de lágrimas... tantos recuerdos, tantas cicatrices en los brazos, tantos desgarrones en la colcha..

Y finalmente te acercas...
Lo abrazas...
Lloráis juntas...


Y le pones a tu novio las maletas en la puerta.

domingo, 18 de septiembre de 2011

HAS TENIDO SUERTE DE LLEGARME A CONOCER


El bar estaba a reventar de gente; era Sábado por la noche, hacía un calor espantoso y todo el personal parecía haberse refugiado bajo el chorro del aire acondicionado, del que yo andaba huyendo como de la peste.
Había quedado con una amiga de esas que, por mucho que tú puedas retrasarte, llega siempre un par de horas más tarde. De esas personas que parece que te han colocado un Gps en el cogote con el fin de controlar tus movimientos, saber cuándo has llegado al lugar de la cita y, justo en ese momento, llenar la bañera, meterse entre la espuma con una caja de bombones y el mp3, salir, colocarse una mascarilla en el pelo, otra en el cuerpo y otra en la cara, envolverse en toallitas desechables, cortarse y pintarse las uñas de los pies, hacerse la manicura francesa, quitarse las mascarillas, darse una ducha, secarse el cabello, alisarse la melena, untarse el cuerpo de aceite hidratante, elegir la ropa interior, la exterior, la bisutería y los zapatos, vaciar el contenido del bolso que han llevado por la mañana en el que van a ponerse por la noche, maquillarse como para una boda real, llamar a su mejor amiga por teléfono, recorrer todo el piso para asegurarse de haber cerrado puertas y ventanas, mandar un par de mails urgentes y, finalmente, plantarse ante el espejo y decidir que el bolso no hace juego con el vestido y los zapatos y que el peinado es demasiado formal como para salir a tomar unas cañas con una amiga un tanto zarrapastrosa, quitarse todo y empezar de nuevo...




Pues en esas estaba yo, esperando a mi amiga, cuando lo vi entrar. Eché una rápida ojeada a mi alrededor para comprobar, horrorizada, que era la única mujer sola de menos de 60 años y 100 kilos que había en el bar. De modo que me acerqué disimuladamente a un grupo de chicas que había por allí para descubrir, al cabo de un par de minutos, que eran unas lesbianas de despedida de soltera de boda gay en busca de la muñeca de la tarta. Así que puse tierra de por medio y me situé en la más oscura esquina del bar, agazapada como un cervatillo indefenso que ve acercarse al cazador con un rifle en una mano, un bastón de campo en la otra, dos sabuesos a su zaga y una canana repleta de munición de todos los tamaños.

Intenté tapar mi generoso escote con la copa de globo del gintonic y rogué a la diosa Afrodita que asistiera a mi amiga para que acabase de embellecerse cuanto antes y acudiese en mi ayuda.

Pero de nada sirvieron mis súplicas.

La rapaz había hecho ya su ronda de reconocimiento y había reparado en mi canalillo.
Y se acercaba...

“Diosssss”- me dije -"quenoseayo, quenoseayo, quenoseayo, quenoseayo, quenoseayo,..."

Pero el avechucho se aproximaba con toda la parafernalia cortejil en marcha: llevaba una camiseta custo con las mangas arrancadas que dejaba al descubierto unos bíceps de gimnasio y un pequeño tatuaje en chino en el que seguro que ponía "soy un capullo impresentable", pero el tío era tan inculto que el tatuador le había dicho que era un mantra tibetano y el muy tontolaba ni siquiera se había molestado en comprobarlo. Los pantalones, apoyados en la cadera, dejaban a la vista los Calvin Klein y una barriga mal disimulada; la melena recogida en una coleta arrancaba de bien entrado el cráneo, y en lo alto de la cabeza una leve pelusilla rígida, mitad casco de romano, mitad cepillo de dientes, mostraba los inequívocos signos de un implante capilar.
En fin... uno de esos tipos a punto de entrar en la cincuentena a los que su madre había dicho desde pequeño que era el más guapo del mundo y el muy incauto se lo había creído… De esos tipos que se te ponen delante, te miran de arriba abajo y te dicen, como Loquillo pero con la mirada, eso de “hastenidosuertedellegarmeaconocer”, en plan “mira nena, soy la reencarnación de Cary Grant y esta noche he bajado a la Tierra sólo para hacerte mía… ¿No te embargan la emoción y el júbilo?”

Pues uno de ésos

Y lo peor, es que, pese a mis esfuerzos por hacerme invisible, el tipo seguía acercándose...


Se sentó en la mesa de al lado con un vaso de wisky, dejando caer ruidosamente sobre el cristal un llavero Mercedes y colocando la abultada cartera junto al mismo. De cerca era todavía peor; tenía la sonrisa de Jocker, se debía de haber dado bótox hasta en las encías.
Sorbió un trago de wisky… sacó un carísimo tarjet e hizo como que leía las cotizaciones de la bolsa. Llamó a alguien para hablar de negocios, de grandes cantidades de dinero, todo en voz lo suficientemente alta como para que yo escuchara las escandalosas cifras incluso por encima del soniquete de la insufrible Lady Gaga. Y todo ello al tiempo que iba desplazando su silla hasta colocarla justo al lado de la mía, sus preciados objetos personales cuidadosamente custodiados por el rabillo del ojo. Yo me iba retirando conforme él se acercaba hasta que el respaldo de mi silla alcanzó la pared, y el tipo se fue aproximando, lenta, lasciva, patéticamente….

“¿Te apetece otro gintónic, bonita?”-babeó a mi oído.

Miré a mi alrededor en busca ya no de mi amiga (daba por sentado que no iba a aparecer), sino de cualquier espécimen del sexo masculino, conocido o no, que se hallase en soledad y lo bastante borracho como para soportar el abordaje repentino de una mujer desesperada.
Porque tenía muy claro que el fulano de marras era de los que te siguen cuando te das a la fuga.

Pero el horizonte nocturno no tuvo piedad de mí: parejitas acarameladas, pandillas de adolescentes acnéicos, jovencitas con tops ajustados…

De pronto lo vi claro:
“¡¡Eureka!!”- me dije.

De modo que me levanté rápidamente de la silla (seguida muy de cerca por el mamarracho, que no estaba dispuesto a dormir solo esa noche), atravesé el bar en dos zancadas, me coloqué frente a la lesbiana de la despedida gay y le estampé un beso de tornillo que hizo que mi pretendiente pusiera pies en polvorosa y el camarero nos invitase a todas a otra ronda. Acabamos bañándonos desnudas en la fuente de un parque. Les pareció estupendo haber contribuido a espantar al impresentable casanova y, pese a sus esfuerzos por convencerme de que debía abandonar la heterosexualidad y pasarme a su bando, finalmente comprendieron que yo no tenía remedio y me dejaron en casa, ya de día, después de haberme invitado a desayunar a su apartamento.



Hasta me invitaron a la boda.

lunes, 15 de agosto de 2011

LOS TEMPLOS DEL ESTILO


A ver si nos aclaramos... El gilipollas ese que dijo que la arruga es bella no había pisado un "Bershka" en su puñetera vida.

Sí, porque el hecho de que una es mayor no lo demuestran ni el espejo, ni la madurez... ni siquiera que un mocoso de 20 años te llame "señora" y de usted...

No; el hecho de que definitivamente estás convirtiéndote en un fósil se pone en evidencia el día que entras al Bershka, o al Strafalariuss, o a alguno de esos templos del pre-à-porter de las Barbies clonadas y, cuando tras llevar más de 20 minutos dando vueltas sin que las chicas te hagan ni puto caso, cuando al fin te acercas a la dependienta (la reconoces porque es la única que dobla la ropa, porque, por lo demás, su aspecto -flacucha, modernísima, hipermaquillada y tecleando por el ipod, o iphone, o comocoñosellame mientras realiza su cometido-) y le comentas que estás buscando un vestido blanco, de algodón, tipo ibicenco y con tirantes... en fin, un vestido de verano, fresquito, de los que han vendido toda la vida en los mercadillos de las playas, te mira de reojo, con desconfianza, como si fueras  una momia del Museo Británico que acabase de abandonar su confortable sarcófago con el fin de ir a comprarse ropa para la boda de Tutankamón VI y hubiera decidido aposentar sus reales vendas en ese templo del estilo y la elegancia para complicarle la vida a ella, que se hallaba en ese momento tan ocupada tecleando en el muro del facebock que la ensalada mixta del almuerzo le había producido retortijones y había hecho caca ya cuatro veces en lo que iba de tarde, pero que seguro que se recuperaba para la fiesta de esta tarde.. Y en fin... ahora vuelvo, teclea la niña al final, que tengo una vieja pesada que no sé qué demonios quiere.

Y es entonces cuando, al fin, la torda se gira hacia tí,  te mira desde su 1'75 , hace aletear sus kilométricas pestañas, entorna los ojos, amohína los morritos (mientras tú haces cálculos de que si el tiempo que emplea en maquillarse y colocarse todos los accesorios por la mañana y desprenderse de ellos por la noche lo emplease en estudiar seguramente estaría como directora de la NASA) y  te suelta con bastante mala baba:
"Lo siento, pero aquí no trabajamos prendas clásicas"

Y a tí te entran ganas de decirle que clásica será su puñetera madre, y que para prenda ella misma, y que si lo único que quieren que entre por la puerta son niñas hipermaquilladas que no suban de la talla 38,  lo  que tienen que hacer es reformar el acceso al local, y en vez de esa entrada tan poco práctica, sin cristal ni nada, que las pobres en Invierno se tiene que quedar como un chupete, que pongan una puertecita como las de los Imaginariun, pero recortada a lo ancho en vez de a lo alto.
Y que esas boutiques sean como el reino de los Cielos.

Que sólo pasen las que quepan por el ojo de una aguja.

domingo, 7 de agosto de 2011

¡¡ CÓMO HEMOS CAMBIADO !!


Afortunadamente, y para el consuelo de todo el mundo, la vida es condescendiente y siempre nos acabamos encontrando a alguien a quien el paso del tiempo ha tratado muchíiiiiiisimo peor que a una misma.

Porque si existe un delito para el que debería permitirse la pena de muerte, éste es la organización de fiestas de ex-alumos.

Y es que hay que joderse, con la de cosas estupendas que tienen los americanos y les hemos tenido que plagiar esa horterada ridícula de organizar, al cabo de los años, patéticas reuniones de ex-alumnos, que no sirven más que para reencontrarte, no con tus antiguos amigos... sino con tu pasado.

Pero está bien, porque es un poco como jugar al retrato de Dorian Gray...


La cosa consiste en que hay un tipo (o tipa) que por lo general en el Insti nos había pasado a todos desapercibido, pero que como no ha hecho nada decente con su vida desde que sacó a bailar a la reina de las fiestas de pueblo (y de eso hace más de treinta años... y porque ella llevaba una borrachera del 15...), se plantea la feliz idea de reunir a toda la promoción del 84, alquilar una sala de fiestas cutre, reservar mesa en un restaurante caro, llamar a un amigo suyo que fue el la época disckjockey de la BBC (bodasbautizosycomuniones) y luego dedicarse a rebuscar en los catálogos de estudiantes para dar con el paradero de todos los componentes de le promoción. Y así se lía a llamar a los teléfonos que aparecen en los archivos escolares y empieza la aventura...
... Una aventura que irá contando a la totalidad de los invitados, a medida que contacte con ellos, y que repetirá la noche del evento a todos aquellos que no finjan una imperiosa necesidad de visitar la toilette cada vez que se les acerque...

De modo que el filántropo (o filántropa) se lía a llamar a toooodos los teléfonos que aparecen en la guias, y  que en realidad, al ser los datos de hace más de 25 años, ya no corresponden a los ex-alumnos, sino a sus familias (ex-familias en algún caso, porque algunos de ellos han acabado con sus padres como el Rosario de la Aurora y lo único que consigue el relaciones públicas cuando los llama es que, en vez de darle el teléfono de su hijo, le den para él el recado de que a ver si les devuelve de una puta vez los 20.000 euros que le prestaron para la entrada del piso...) Claro que en la mayoría de los casos lo que se encuentra al otro lado de la línea es a una amable pareja de ancianos que le dan, no sólo el teléfono, sino una conferencia sobre su retoño: que vaya carrera ha hecho, que está de director en una fábrica, que tiene dos hijos que son los más guapos del mundo....
En otros casos, quien está al otro lado del cable es el mismo interesado, que o bien no se ha casado, o bien se ha divorciado y como con la pensión de manutención no le da ni para comprarse una tienda de campaña  ha tenido que volver a casa de sus viejos... O bien ha mandado a los autores de sus días a la residencia ("¿Dónde vais a estar mejor que allí, que os guisan, os limpian y os lavan la ropa, y sin tener que andar de arriba para abajo todo el día?... Este chalet ya se os queda grande, os da mucho trabajo, sobre todo el jardín de 500 metros cuadrados.....") y se ha autoproclamado heredero universal de la casita, el huerto de alrededor, el garaje , la moto de 250 y el BMW de papá.

Pero estos tipos (los promotores de fiestas nostálgicas, digo) suelen tener un aguante a prueba de bomba y al final consiguen congregar a tranquilamente tres cuartas partes de la promoción, que la noche del fiestorro se presenta engalanada como para una boda gitana: maquillaje a toneladas, tocados de peluquería y tacones de aguja para ellas y corbatas, relojes de marca y billeteras cargadas de tarjetas de crédito para ellos... Y una buena profusión de cabezas rapadas que ocultan calvicies inclementes y medias en color destinadas a cubrir la varices.

Y llega la hora de la verdad: la hora de ver que la que fue la chica más atractiva de la clase es ahora una matrona de cerca de 80 kilos que lleva una túnica como las de Denmis Roussos, y que la fea de la cuadrilla, o bien por los beneficios de la soltería a la que su físico la abocó irremisiblemente, o bien porque se acabó creyendo aquello de que la belleza está en el interior y consiguió sacar partido a sus cualidades, se ha convertido en una atractiva y esbelta cuarentona. Y que el Pitagorín del que toda la clase se reía por sus inventos de Profesor Franz de Coopenhague es ahora director de un instituto tencnológico en Massacuhussets y cobra una pasta gansa, y que esa nena tan calladita y tan retraída que se sentaba al final de la clase es ahora propietaria de una cadena de tiendas de moda, y que el pijonauta guaperas de familia bien y podrido de dinero que miraba por encima del hombro a todas sus compañeras se acabó casando con una espabilada que se dejó hacer tres hijos en cinco años y ha terminado reparando neumáticos en un taller de carretera mientras que su ex convive con otro fulano y disfruta de su casa, de sus coches y de su dinero...

¡¡ Pero lo mejor está todavía por llegar... !!

Y es que, la que era tu compañera de pupitre, que te odiaba secretamente, que te quitó los novios abusando de tu confianza,  que te iba poniendo verde, que contaba mentiras de ti a a todo el mundo, que hizo todo lo posible por arruinarte la vida, y que se presentó en la fiesta rodeada de glamour, contando que vivía en París a todo lujo, que trabajaba en un salón de belleza de la firma L'Oréal, que era la mujer de confianza de la directora del negocio, que era propietaria de una pequeña y coquetísima buhardilla en la rive gauche, a orillas del Sena, y que aisistía a las más exquisitas fiestas de sociedad de la capital francesa, se te apareció una noche, durante unas vacaciones en París, mientras paseabas con unas amigas por la parte más cutre del barrio de Montmatre, elegantísima, tomando a un señor por el brazo, camino de un hotel, mientras un fulano de aspecto sospechoso guardaba en su cartera la pasta que el acompañante de la chica le acababa de entregar.

sábado, 4 de junio de 2011

ON THE ROAD AGAIN


Pero he de reconocer que lo peor no son los cuernos, ni la cara de “te lo dije” que te pone tu madre cuando te presentas en casa para contarlo, ni tener que mandarle al místico sus trajes de Emilio Tucci  al culo del mundo pagando tú los portes…
¡Noooo! Lo peor de todo es que ver el careto de brujas que se les pone a tus amigas cuando les cuentas que tu metrosexual maridito se ha largado con otra… Desde luego que se muestran afectadas, que les duele, que les destroza el alma… Pero no por solidaridad contigo, sino porque en el fondo de cada uno de sus pútridos corazones femeninos, se mueren de envidia por no estar  en la piel de la veinteañera…
Pero como el mundo no se acaba tras la primera ruptura (ni tras la segunda, ni tras la tercera…) y tanto llorar como comer chocolate estropean bastante la fisonomía, al cabo de un par de meses sumida en la más profunda de las depresiones (eso me dijo el psicólogo, para mí que todo era vergüenza, simple y llanamente), me decidí a firmar los papeles del divorcio y a comprarle a mi orientalizado ex la parte del piso que me correspondía. Lo cierto es que, en principio, le sugerí que me lo cediera de forma gratuita… al fin y al cabo, él había abandonado la mundana vida de nuestro materialista mundo en pro de una existencia henchida de paz y amor, de modo que… ¿para qué quería unos miserables  euros, o la propiedad de un apartamento de 60 m2? Él estuvo a punto de ceder (siempre había sido un poco cándido, la verdad…), pero la veinteañera zen lo convenció de la conveniencia de mantener un pequeño capital que asegurase el porvenir del vástago que ambos ya habían encargado a la cigüeña, o a quienquiera que se encargue de  repartir las criaturas en ese continente, así que no me quedó más remedio que apoquinar unos cuantos miles de euros para comprar, no sólo el apartamento que ya había adquirido anteriormente, sino también el bienestar de una inocente criatura.
De modo que, de nuevo soltera (o más bien divorciada, porque con la soltería pasa como con la virginidad, que una vez perdido el estado ya nunca jamás se recupera, por muchos remiendos que la ley o los médicos puedan hacer), me quedaba por delante el arduo cometido de “rehacer mi vida”

¿Y cómo se rehace una vida, os preguntaréis?
Pues bien, en el caso de una mujer no demasiado vieja, ni demasiado gorda, ni demasiado fea, con un trabajo más o menos estable y un piso en propiedad, digamos que existen dos alternativas:
La primera: llamar a tus antiguos amigos y empezar a salir con ellos después de más de 10 años de haber perdido el contacto… Esta alternativa resulta atrayente porque te permite mantener la independencia y demostrarte a ti misma que eres capaz de vivir sin un hombre, pero  no es nada fácil retomar la relación… Sobre todo porque la mayoría de los miembros de tu antiguo clan tienen hijos pequeños, con lo cual llevan horario de padres, desarrollan actividades de padres y mantienen conversaciones de padres… Y tú, que siempre has dudado si eres descendiente de Herodes o del Capitán Garfio, aguantas los dos primeros fines de semana, pero al tercero decides alegar una gripe contagiosísima y probar con la alternativa número dos, esto es, aceptar la  invitación de tus amigas divorciadas, que al menos te parece más acorde con tu situación actual….

¡Ay…! Pero no es oro todo lo que reluce, y lo que te habían pintado como una velada de diversión, baile y ligoteo se acaba convirtiendo en un grotesco flashback de los primeros años de la adolescencia…  Y cuando te presentas en el bar donde habéis quedado para tomar unas tapas con tu cara lavada y tu melena al viento, te encuentras un cuadro cubista digno de figurar en la galería de honor del "Reina Sofía". Tus queridas amigas van a caballo entre la Rossy de Palma de los años dorados de Almodóvar y la Carmen Sevilla del Cine de Barrio… que una cosa es una capa de maquillaje y otra una sesión de chapa y pintura… Y eso por no hablar de los vaqueros dos tallas más pequeños, de los taconazos y de los cubatas de "Beefeater"… De modo que cuando te ven entrar en plan Paz Padilla en la Pasarela Cibeles se lanzan sobre ti como una manada de grullas y acabas en casa de una de ellas, delante del armario, embutida en unos pantalones de talle bajo que te dejan al descubierto todas las morcillas, con dos camisetas, una malva y la otra amarilla, superpuestas, unos zapatos de tacón que ríete de la Ana Rosa Quintana, una cazadora por debajo del sobaco, un moño como el de la Amy Winehouse y un completo muestrario de la “Max Factor” sobre tu maduro cutis…
Pero segura de que vas a triunfar…
¡Y desde luego que lo haces!


A la mañana siguiente te despiertas con la lengua como un zapato (si con 18 años no soportabas los cubatas, imagínate con 30), la cabeza a punto de estallar, los ojos como Brad Pitt en “Entrevista con un vampiro” y el estómago como un reactor nuclear…
Pero lo peor es que no consigues recordar si lo que piensas que hiciste después del noveno cubata lo hiciste realmente o es producto de los efectos del alcohol sobre tu maltrecho cerebro… Y cierras los ojos con fuerza, y haces memoria, y rebobinas, como cuando no sabes dónde has dejado las llaves y empiezas a pensar en cuál fue el último sitio donde las viste y en todo lo que pasó a continuación…
Porque a ti cosas como esa no te pasan…
Como lo de las las llaves quiero decir.
Porque la otra SÍ te ha pasado.
Sólo tienes que darte media vuelta para comprobarlo.
El niño más repelente, más pelota, más repipi del colegio, ese que te pidió que fueras su novia durante toda la adolescencia, el que iba con pantalones de pinzas a los conciertos de Barón Rojo, el que se masturbaba en el baño de las chicas, el que te espiaba cuando te besuqueabas con tus novios en el parque, el más asqueroso, nauseabundo, baboso, indeseable de los tíos que has conocido en tu vida, yace a tu lado, calvo, maloliente…
Desnudo…


Y en tu cama...


viernes, 15 de abril de 2011

DE NOVIO PRET-A-PORTER A MARIDO CUSTOMIZADO



Y es que, si bien es cierto que el amor es ciego, no es menos verdad que el matrimonio es el mejor de los oftalmólogos. Y una vez dado el sí toooodo se transforma.
Yo pienso que la raíz del problema está en que los cuentos, las novelas, los culebrones, acaban siempre el día de la boda. Y nunca nos dejan ver qué pasa después.

Y lo que pasa es que el aro que nos colocamos en el dedo el día de la boda no es una arandela de oro sin más…
¡¡ No !!
Eso es lo que nosotros pensamos, pero las alianzas matrimoniales no las construye un joyero…. 
Las hace un brujo. 
De hecho, yo pienso que Tolkien se inspiró en uno de esos talleres para escribir el señor de los anillos: “Un anillo para gobernarlos a todos, para encontrarlos, para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas”. Lo que pasa es que, aun siendo anillos mágicos, el efecto no es exactamente el mismo del que usaba Frodo Bolsón. Esto es, lo que realmente molaría es que funcionase al revés que el de la peli; o sea, que te lo quitases y te volvieras invisible. Pero no; en primer lugar, el anillo de boda, una vez que te lo has puesto ya no te lo vuelves a quitar. Y no por falta de ganas, sino porque como los primeros meses lo llevas tan a gusto, el metal se amolda al dedo y luego no hay quien se lo saque. De hecho, la mayoría de las personas a las que les falta el dedo anular derecho no es por un accidente laboral, ni por tirar un petardo. Es a causa del divorcio.

Y luego, hay otra diferencia sustancial con el anillo de Tolkien… Y es que tarda en hacer efecto…. Al principio no hay motivo de preocupación porque no notamos nada…

Es al cabo de un año, más o menos, cuando la magia empieza a funcionar.
Y cuando empiezas a ver a tu marido como realmente es; o sea, que esa melenita que te parecía tan simpática antes de pasar por la vicaría o el juzgado, se convierte en una masa de greñas grasosas; la acompasada y sibilante respiración con que te arrullaba al acostaros se manifiesta como un ronquido atronador que te impide conciliar el sueño; las apasionantes partidas de pócker que le gustaba organizar en casa una vez al mes con sus amigos se transforman en interminables timbas de borrachos que te dejan el piso como un apartamento de estudiantes… y esa forma suya, tan personal, de vestirse, de la que te sentías tan orgullosa, se te va antojando un pelín hortera, la verdad, lo mismo que su manía de subir el volumen de la radio del coche cuando suenan los Camela o de ir a la playa con un  gorro de la Keler y una camiseta de los Sanfermines.

Es entonces cuando empiezas a pensar en el divorcio, pero antes de dar un paso en falso te informas bien. Y haciendo números, llegas a la conclusión de con tu sueldo no te da ni de lejos para pagarte un piso tú sola, y que de  volver a casa de los padres ni hablar de la peluca. Así que decides tirar por la calle de en medio y echar mano de la alternativa más barata:

Cambiarlo.

Sí, sí, cambiarlo…
Pero no por otro, que a estas alturas ya estás convencida, vista tu experiencia y la de tus amigas, de que no vas a encontrar nada más decente. Lo que quieres es  que se transforme…
Y  para cuando el pobre se quiere dar cuenta ya lo has inscrito en un gimnasio, le has comprado una colección de clásicos del rock, has  contratado a un maestro zen para sustituir las timbas por sesiones de meditación con música chill-out, le has tirado a la basura todo su repertorio de bermudas de flores, pantalones de pinzas, camisas de botoncito en el cuello y gorras de publicidad y le has apuntado a un curso de cocina naturista y a unas sesiones de terapia de pareja, porque el pobre hace el amor como un chimpancé.

La verdad es que al principio se antoja complicado; los hombres son vagos por naturaleza y se rebelan, pero como también es cierto que la otra alternativa que le ofreces (el divorcio y la vuelta a casa de su madre), le resulta todavía más indigerible, te acaba haciendo caso. Y porque, en el fondo, está perdidamente enamorado de ti, con tus mil virtudes y tus dos mil defectos.

Pero el caso es que, para tu sorpresa, le acaba cogiendo el gusto a lo del zen, y a la cocina macrobiótica, y al gimnasio, y a la ropa de diseño, y a arreglarse el pelo con estilo… y, casi sin darte cuenta, al cabo de menos de un año, tu marido es otro. Bueno, no exactamente otro, sino el que tú querías: el hombre con que siempre habías soñado.


Y es precisamente entonces  cuando el muy desagradecido decide abandonarte y largarse a meditar al Tíbet con una veinteañera zen.


martes, 15 de marzo de 2011

Y SI DURA MÁS DE SEIS MESES.... ¿ ES NOVIO ?




Yo es que siempre me he hecho un lío con esto de la duración de las cosas. Tú ves la esquela funeraria de un tipo de 56 años y pone “El joven Fulanito de Tal….”. Y yo digo que, a ver, con 56 años uno no está para que lo lleven de invitado al “Cine de barrio”, pero tampoco como para que le llamen joven… aunque no sea viejo….

No sé si me explico.

Los coches, por ejemplo: un coche es viejo cuando empieza a tener averías, o cuando la casa saca otra versión renovada del mismo modelo (cosa que puede suceder al mes de habértelo comprado, por cierto… y eso sí que jode, que a mí me pasó con un Ibiza...).  Un piso es viejo cuando tiene marcas de agujeros emplastecidas, o cuando cambias la decoración y quedan en la pared las huellas de la antigua, o cuando empieza a tener goteras. Unos zapatos son viejos cuando sales a la calle un día de lluvia y se te encharcan los pies, o cuando te los pones para ir a una boda y  te das cuenta de que tus tacones son gruesos mientras que los del resto de las invitadas son de aguja. Lo mismo pasa con un vestido. Un peinado es viejo cuando se parece más a los de los vídeos de Duran Duran que a los de la gala de los Oscar…
Y así todo.

Pero un novio… ¿Cuándo es un novio? ¿Cuándo pasa de amigo a novio, quiero decir? ¿Cuál es la duración mínima de una relación sentimental para que ese amigo al que te resistes a llamar de otra manera pase a merecer tan solemne apelativo? ¿Cuánto tiempo tiene que pasar desde el primer beso (o el primer revolcón ) para que esa persona te parezca tan importante como para presentarla como tu novio?
Sí, porque mientras sólo es tu amigo, qué se yo, hay un margen de maniobra, una cierta informalidad... Digamos que hasta puedes arrepentirte y mandarlo a hacer puñetas, pero cuando pasa a ser tu novio la cosa cambia. En el momento en que empleas la palabra mágica…¡Ay, amiga! Eso significa que vas en serio…. 

¡¡ Y eso puede ser muuuy grave !!

Yo siempre me había resistido a utilizar el apelativo de “novio”. Fundamentalmente porque a mí los chicos me duraban más bien poco (o era yo quien les duraba poco a ellos, que de todo ha habido) y porque esa palabra me ha dado siempre un poco de repelús. No sé, yo oía “novia” y me veía con el vestido de floripondios, el bolso lleno de pañales, los sobacos sin depilar, la melena llena de marcas de desteñido, los muslos plagados de varices….

¡ En fin, que nunca me he visto yo novia de nadie !

Pero claro, te pones a no salir con un chico tontamente, a enrollarte con él de vez en cuando, a juntarte por las noches en la disco, a quedar algún domingo por la tarde…. Y cuando te quieres dar cuenta estás metiéndole a tu madre una bola del tamaño de la catedral de Burgos para escaparte un fin de semana con él y pasar una noche loca. Y tu madre, que parece mentira, con lo que es, traga y te deja. Porque todavía no sabe que andas con alguien, o porque lo sabe y piensa, qué demonios, a ver si hay suerte, se queda preñada y se larga de casa de una puñetera vez.

Y es que mientras la familia no sabe nada todo marcha viento en popa….

¡ Pero el día que se enteran… !
“Oye, que me han dicho que tienes novio. A ver si lo traes a casa para que lo conozcamos”
Y tú te haces la sueca. Porque sabes que, una vez que lo metas en casa, se acabó el juego. Una vez que lo lleves a comer y le presentes a tus padres, y sobre todo a tus hermanos, todo se transforma. Para empezar, tu hermano, cuando lo vea, ya no lo va a llamar Felipe; lo va a llamar “cuñao”. Y cada vez que te inviten a una boda, a un cumpleaños, a un funeral… vas a tener que llevarlo. 
Y lo malo no es eso: lo peor es que, una vez que tienes novio, las bodas ya no son una fiesta. 

Son un entrenamiento.

Sí, porque antes de tener novio, uno va a una boda a comer, a beber, a bailar, a reírse de la cogorza del padrino y a sacarle faltas al vestido de la novia. Pero una vez que tienes novio, ves las bodas desde un prisma diferente; las mollas que le salen a la novia por debajo del corpiño ya no te resultan tan hilarantes, el espectáculo de la madrina fumándose una Faria mojada en Soberano y bailando la Lambada con las medias caídas te parece patético, el hecho de que al camarero se le caiga una lentilla en la bandeja de los langostinos se te antoja una tragedia griega…
Pero eso no es lo peor…. 
Lo peor es que te emocionas al ver a los niños llevando las arras, que las damas de honor te parecen hadas madrinas y que las tartas de merengue de tres pisos  adquieren la elegancia de la Torre Eiffel….

Y eso sí que ya no tiene vuelta atrás… 
Eres carne de cañón. 
Sois carne de cañón. 

Y cuando todo el mundo os mira, a la hora del postre, metiendo el uno el tenedor en el plato del otro, y alguien os pregunta :  “Y vosotros…. ¿para cuándo?”, tú miras a tu novio con ternura, le das un besito en los labios, enrojeces, sonríes, te das media vuelta y respondes….

“Pues si mi madre va a dar el mismo espectáculo que está dando la tuya, para cuando establezcan la ley seca”


domingo, 27 de febrero de 2011

MUJER BLANCA SOLTERA BUSCA VENDEDOR DE COCHES



Pero… ¿Qué diablos? ¿Quién dijo miedo?

Si algo caracteriza a la juventud es la fe ciega en la inmortalidad…
Y yo era consciente de ser un peligro público, pero también de que un carnet rosa en la cartera sin un coche en el garaje ( o en la puerta de casa, o quince calles más abajo) es como una Navidad sin anuncio de Freixenet, como una discoteca sin camareros cachas, como un verano sin posado de la Obregón… Vamos, que no es lo mismo. 
Así que me embarqué en la historia de buscar un coche de segunda mano, barato y en buenas condiciones. Entonces yo no sabía que estas tres características eran incompatibles entre sí, esto es que si era de segunda mano y barato no podía estar en buenas condiciones, y que si estaba en condiciones o era carísimo o se trataba del coche de un corredor de rallys y llevaba más kilómetros que el autocar del Rock and Ríos… Y lo que tampoco sabía, inocente de mí es que una mujer NUNCA debe ir sola a un concesionario de automóviles…. 
¡No! 
¡Porque no le hacen ni puto caso! 
Tú puedes entrar a una tienda de coches en plan Kim Bassinger en "9 semanas y media" que, como no lleves a tu lado a Mickey Rourke, ni un solo vendedor se va a acercar a ti. De hecho, yo llegué a preguntarle a un empleado por el cuarto de baño, primero para asegurarme de que había alguien capaz de percatarse de mi existencia y segundo para colocarme ante el espejo y así cerciorarme de que no me había vuelto invisible. Claro que, pese a la tranquilidad que me produjo tal certificación, eso no modificó en absoluto la actitud de los dependientes hacia mí. De hecho, lamenté profundamente no haber escogido para la ocasión el loock Angelina Jolie en "Tomb Raider"… arsenal incluido. 

De modo que, cuando me cansé de dar vueltas alrededor de los vehículos sin que nadie me hiciera caso, me dije a mí misma…. “Bien, debo observar al enemigo”. 
Y empecé a fijarme en todo lo que hacían los hombres; abrir puertas, mirar salpicaderos, meter medio cuerpo debajo del vehículo, comprobar el estado de los neumáticos, girar el volante para revisar la dirección, accionar los pedales… 
Y hacer preguntas. Muchas preguntas. 

Pero como confieso que soy rencorosa por naturaleza, decidí poner en práctica las enseñanzas recibidas en un nuevo concesionario. Al día siguiente me enfundé una minifalda de las que uno de mis amigos denomina “de la segunda clase” (por encima de la rodilla o por debajo del ombligo), una camiseta de vigilante de la playa y unos andamios dignos de la Letizia Ortiz una noche de estreno, me maquillé como una geisha y así de cómodamente emperifollada me presenté en la tienda. A mi entrada en la misma, el efecto fue el habitual; los vendedores me miraron, pero no como a una clienta, sino como a una sirena recién salida de la bañera. Una sirena sin carnet de conducir, naturalmente. 

Pero yo iba preparada para la ocasión. 

De modo que di un par de vueltas alrededor de los vehículos, metí la cabeza por tres o cuatro ventanillas, me acerqué tímidamente a dos vendedores que se mostraron demasiado ocupados como para atenderme, y a la vista de que nadie parecía ir a hacerme caso, decidí pasar a la acción. 

Para empezar, abrí la puerta de un BMW, me senté en el asiento del conductor y empecé a acariciar el volante como si fuera… en fin, como si fuera eso que la mayoría estáis pensando. Si me leéis con frecuencia seguro que tenéis la mente un poco retorcida y no necesitáis más explicaciones. 
Nada. 
Ni caso. 
Los vendedores seguían a lo suyo, con sus caballos, sus revoluciones y sus suspensiones a las cuatro ruedas. 

Así que decidí ir un poco más lejos. Salí del coche y le di una buena patada a uno de los neumáticos con mi afilado tacón. Pero tampoco; lo más que conseguí fue que uno de los empleados me mirase de soslayo y recitara para sí (pude leerle los labios…) "mujer tenía que ser". 

¿Con que esas tenemos?, me dije. 
Y pasé a la tercera fase del plan. 

Me senté como pude en el suelo, me tumbé cuan larga soy y deslicé medio cuerpo debajo del vehículo, dejando las piernas desnudas a la vista. Y como ni así conseguí que se acercara nadie, saqué el mechero del bolso y lo encendí. No habían pasado dos segundos cuando una multitud se congregó junto al vehículo: clientes, vendedores, personal de la limpieza, mecánicos… había hasta un bombero con un extintor… que yo no sé de cómo había llegado tan deprisa, luego los llamas cuando se te quema la cocina y tardan tres horas en venir. 
Me hicieron salir de mi escondrijo y el director del concesionario, con los ojos enrojecidos por la ira pero correcto y elegante como un lord inglés, me dijo: “¿Desea algo la señora?”. Y yo me puse en pie a la primera y sin espatarrarme ( yo creo que me pudo más la dignidad que la minifalda y los tacones ) y le dije: “Sí, que hagan revisar el escape de este coche; está medio suelto. Y el sistema de amortiguación también se halla en mal estado, lo mismo que el neumático delantero derecho, que tiene un agujero. 

Y deme el libro de reclamaciones. 

Les voy a denunciar por trato discriminatorio.”

domingo, 6 de febrero de 2011

CONDUCIR ES COMO BAILAR: CUESTIÓN DE SABER MOVER LOS PIES

... O algo parecido.

Reconozco que la psicomotricidad nunca ha sido lo mío. Ni la percepción espacial. Ni la orientación...
En fin, que tenía todas las cualidades para ser la accionista número uno de la autoescuela. Cincuenta clases nada más me hicieron falta para convertirme en el peligro al volante que aún hoy sigo siendo.

Recuerdo como si fuera ahora mismo la primera vez que me metí en el coche. El profe era un tío con barba y una paciencia digna de la cajera de un supermercado. Me sentó, me hizo ponerme el cinturón y me preguntó si había conducido alguna vez. Yo lo miré con incredulidad y le dije, muy ofendida:

"¡Pues claro que no!".

Y es que, imbécil de mí, yo pensaba que el personal iba virgen a la autoescuela, y de eso nada monada...
La mayoría de los alumnos habían conducido con su padre, su hermano, su tío...
De hecho, y por la cara que me puso el profe, creo que yo era la primera persona que le confesaba que no había pisado un embrague en su vida...
Y a la que podía creer.
De modo que el hombre me miró de frente, me señaló el salpicadero y me dijo: "Mira, esto es el volante, eso de ahí abajo la palanca del cambio de marchas, y esos tres pedalitos que hay delante de tus pies son, de izquierda a derecha y por ese orden, el freno, el embrague y el acelerador."
Tras la introducción, el monitor aún gastó unos minutos (pocos, para mi escasa predisposición y mi torpe entendimiento) en explicarme para qué servían los pedales, la palanca y el volante. A continuación, me dio la llave y me dijo: "Bien, ahora métela en la ranura, arranca el motor, acciona el intermitente izquierdo, pisa el embrague, mete primera, coloca el pie derecho sobre el acelerador sin soltar el embrague, mira por el retrovisor para comprobar que no viene nadie, gira el volante hacia la izquierda y SAL."
¡JA!
Lo cierto es que me sentí como Amstrong a punto de subir al Apolo 13, y seguramente, y si no fuera porque era incapaz de tomar una decisión inteligente al tiempo que mi anárquico cerebro intentaba que mis pies, piernas, brazos, manos, ojos… en fin, la totalidad de mi ejército anatómico, ejecutasen con corrección y disciplina todas las órdenes que acababan de entrar por mis oídos, me hubiera bajado del coche en aquel mismo momento. Bueno, por eso y porque cada clase valía 2500 pelas y ya había pagado una señal, y porque tenía que hacer que mi padre se tragase esa frase de: “¿Conducir tú?”

Y porque a mí, para qué vamos a engañarnos, me ha podido siempre más la dignidad que la cordura.

De modo que, en vez de abandonar el barco, y en un enorme esfuerzo de imaginación, me vi a mí misma en plan Isadora Duncan, rodeada de un halo de glamour y de misterio a bordo de su descapotable rojo (y, por supuesto, antes de acabar estrangulada al enredarse su vaporoso foulard entre las ruedas del carruaje), y me puse manos a la obra: Accioné el contacto y el interruptor derecho, embragué, metí la marcha atrás, pisé el acelerador… y tuve la suerte de soltar el embrague justo a tiempo para que el coche se calara y quedara a exactamente medio palmo del vehículo que teníamos aparcado detrás. El profe, culé hasta la médula, se puso de color merengue, me hizo bajarme, se colocó al mando y condujo hasta una pista de pruebas donde estuvimos jugando al “Dragon Khan” hasta el final de la hora.

A partir de ese momento, para mí desapareció del Mundo todo aquello que no fuera la conducción; estaba todo el día pendiente de la hora de la clase, tenía síndrome de abstinencia los fines de semana...
No comía, no dormía, no fumaba... me pasaba el día y la noche conduciendo… Para mí en el Mundo ya no había más que coches.
Ya no quería ir a las terrazas de verano; en lugar de eso, me sentaba en los bancos públicos próximos a las zonas de aparcamiento y me pegaba horas muertas viendo entrar y salir a los vehículos. Contemplaba extasiada a esos privilegiados de la naturaleza capaces de embragar, acelerar, girar el volante y accionar el intermitente al tiempo que encendían el radiocasette, buscaban una cinta en la guantera, prendían un cigarro y a la vez, tocaban la bocina para que se apartase el que venía.

Yo nunca sería así, me decía.

Yo tendría que elegir entre fumar y conducir, entre tocar el claxon y conducir, entre escuchar música y conducir.... entre vivir y conducir incluso.
Pero sin duda, mi atracción favorita eran los que conducían marcha atrás, con la cabeza y medio cuerpo fuera del coche y accionando hábilmente el volante con una sola mano.
A mí aquello y hacer un y trasplante de órganos múltiple me han parecido siempre dos cosas absolutamente fuera de mi alcance. Y lo mismo debía de pensar mi profesor (al menos en cuanto a la conducción en plan cangrejo; sobre mis dotes para la cirugía no sé qué opinión podía tener el hombre), porque, pese a las más de cuarenta clases que llevaba en el cerebro, en los pies y en el bolsillo, el pobre monitor seguía bajándose del coche pálido y bañado en sudor.

De hecho, creo que el día que, a la tercera y posiblemente porque el examinador se había dejado las gafas en casa aquella mañana, me dieron por fin la deseada "L", mi pobre profesor debió de celebrarlo, no sé, rebajándose la prima de la póliza del seguro de vida.


Porque, si no lo maté yo, ya no lo mata nadie....

miércoles, 12 de enero de 2011

LA FAMILIA QUE CURRA UNIDA.... PERMANECE ENCADENADA AL TRABAJO

Y es que hay algo muchísimo peor que un jefe explotador, que un contrato de obra, que ser becario en una empresa de reciclaje de desperdicios, que largarse a Amsterdam y colocarse detrás de un escaparate...
Algo peor que las ETT´s , que las subcontratas, que los grandes almacenes que cierran sólo el día de Navidad (y de dos a cuatro, la hora de comer...), que estar en un andamio a la intemperie en Enero en Vitoria, que asfaltar una carretera en Agosto en Despeñaperros, que los MacDonald´s, que las Telepizzas, que servir sangría a los guiris en un chiringuito de Benidorm...
Y es tener una tienda.
Que tu padre y tu madre tengan una tienda, mejor dicho...

Y quien dice una tienda dice un taller, una fabriquilla... lo que sea.

Da lo mismo que tu padre sea el regente de la boutique más chic de la zona que el tabernero del bar más cutre del barrio, porque el resultado siempre va a ser el mismo:
Puedes darte por jodid@

Sí, porque ser hijo del dueño te convierte ya no en una parte más del negocio, sino en una pieza insustituíble del engranaje económico familiar; te transformas en dependiente-administardor-obrero-noimportaqué... y aun encima sin costarle un duro a tu jefe, sin poder sindicarte, sin derecho a la huelga, sin pagas extras, sin vacaciones, sin un horario establecido...
Vamos, un esclavo legal que ni siquiera puede recurrir a poner una denuncia en una ONG porque, en teoría, lo que hace no es trabajar, sino "echar una mano".

Y luego, que aquello te marca para toda la vida; al menos uno de los hijos ha de seguir los pasos de los progenitores, le guste o no... y no importa a qué se dedique la familia; incluso puedes ser hijo del mismo Botín, que tu madre, en vez de llevarte a la playa, te hace pasar el verano sentada en el despacho de tu padre, viendo al personal sudar la gota gorda porque no puede pagar la hipoteca. Y el autor de tus días diciéndote que vayas aprendiendo, y que te quites de la cabeza esa obsesión de llegar a Presidente del Gobierno, que ese es un pelele que ni manda, ni gana pasta, ni nada de nada....

Y es que en la casa donde hay un negocio, el bissness se vive, se palpa en el aire, se respira, se deglute: en la casa de un empresario no se comen lentejas ( a no ser que la empresa sea un supermercado )...
En casa del ferretero se comen tornillos, en casa del electricista fusibles, en casa del satre botones, en casa del farmacéutico supositorios y en casa del frutero la fruta que está a punto de pudrirse...

Se desayuna trabajo, se come trabajo y se cena trabajo. Y se almuerza y se merienda en el trabajo. Los fines de semana son para hacer las cuentas del negocio, y las vacaciones para ir de ferias. Lo de la playa y el monte son mariconadas para funcionarios y currelas de fábricas.

De hecho, creo que mis hermanos y yo, antes que la tabla de multiplicar e inmediatamente después de "papá" y "mamá" lo primero que aprendimos a decir fue: "¿Qué desea?"

Sí, porque entonces, al cliente se le trataba de usted, y se le preguntaba por sus deseos, como el genio de la lámpara. No como ahora, que entras a una tienda, viene una niña vestida de Lady Gaga y te susurra: "¿Te puedo ayudar en algo?" ...
Que a tí te entran ganas de contestarle: "Pues a ver, bonita, este fin de semana tengo que hacer la mudanza del piso, conque, si te apetece, te doy la dirección, te presto un par de guantes y vienes a echarnos una mano. Por cierto, es un 5º sin ascensor...."
Pero en lugar de eso le contestas: "No, que sólo estoy mirando"

Sin embargo, lo peor de todo era que, mientras tus colegas curraban de Lunes a Viernes y los fines de semana se iban de cenas, de conciertos, de acampada... tu trabajabas de Lunes a Sábado y, si se te ocurría pedir permiso para irte de fin de semana, siempre había algo que hacer en la puñetera tienda. Y si tenías planes para el Sábado por la noche y necesitabas un dinerillo extra, tenía que darse una alineación planetaria para que tus viejos te soltasen la mosca...

Pero pese a ello lo intentabas:
"Oye, mamá"- apenas susurrabas, con la mirada baja, después de haber fregado de rodillas toda la casa, lavado la vajilla, preparado comida para una semana y planchado la ropa de toda la familia tras haber currado como un esclavo en la tienda toda la mañana y  haber hecho los deberes del Insti después de comer- "Que esta noche hay un concierto y... esto..... necesitaría 500 pesetillas... y... bueno, esta semana he trabajado mucho, y...."



"¿500 pesetas?" 

- Aullaba tu madre- "Que ésta semana has trabajado mucho, ¿eh?...  Y  te parece que nosotros, tu padre y yo, no trabajamos mucho ¿eh? ... Te parece poco el pago que recibes, ¿eh?... Te parece poco que te demos de comer y te paguemos los estudios, ¿eh?... Crees que la luz, el agua, el teléfono, son gratis, ¿eh?..."

El caso es que tú, para el segundo "¿eh?", habías enfilado ya pasillo adelante rumbo a la puerta, dejando atrás a tu enfurecida progenitora, pero de alguna manera inexplicable (véase la teoría sobre la capacidad de teletransportación de las madres en el capítulo 11- "Madre no hay más que una"-), ella aparecía súbitamente delante de la puerta, blandiendo el billete azul delante tuyo:



-"Toma, desagradecida...



Y a ver a qué hora vienes, que mañana a las seis tenemos que acercarnos a al tienda a preparar unos encargos para el Lunes"