sábado, 13 de diciembre de 2008

DESVIACIÓN DEL TABIQUE CEREBRAL

Aquella mañana hacía un frío del carajo. Mi padre decidió irse a misa de 8 porque la comadrona le había dicho que yo aún tardaría un buen rato en salir. Así que el hombre quiso cumplir primero con Dios y con el régimen imperante, confiando en que, a su regreso a la clínica, aún podría echarse un par de puros antes de que yo asomase la nariz por este mundo.

Pero mi madre y yo hemos ido siempre por libre. A nuestra bola. Así que, en cuanto nos dejaron solitas, nos dijimos a nosotras mismas: "¿Qué demonios? ¿Y quién necesita un hombre a éstas alturas? Tú- le dije yo - porque ya te ha hecho el papel y, conociendo a padre, se iba a quejar más que el pupas; y yo porque soy muy joven todavía...."
Así que nos pusimos a ello.
Y, como cuando madre y yo nos ponemos, nos ponemos, para cuando mi padre volvió de misa ya estaba yo por ahí, berreando y hasta con los piercings en las orejas.
También hay que decir a favor del hombre que las misas entonces no eran como ahora; un aquí te pillo aquí te mato con su padrenuestro, su dáos fraternalmente la paz y al vermut todo el mundo. No; entonces las misas eran como los discursos de Fraga: aburridas y en latín. Y largas; muy largas....
Tan largas que, cuando mi padre me vio, pensó que la criatura era de otro, fíjese usted si había pasado tiempo desde que se había ausentado. Bueno; por eso y porque yo no era chico. Que era lo que él quería. Para llamarme Antonio y enseñarme a dar martillazos ( dicho sea de paso que no lo decepcioné, porque le salí más masculina que una lanzadora de disco; pero eso será parte de otro capítulo...)

El caso es que el hombre, albergando todavía la esperanza de que se hubiera producido un error y les hubieran emplumado la niña de otros, le preguntó a la comadrona dos tonterías: la primera, si estaba segura de no haberse confundido de criatura; y la segunda, si yo era normal.

La comadrona se le quedó mirando con la resignación con que sólo una mujer puede mirar a un hombre y le respondió que ese rictus de mala leche que adornaba mi carita sólo podía ser herencia paterna y que por otra parte, yo me hallaba perfectamente salvo por una leve desviación del tabique cerebral que no debería suponer mayor inconveniente para mi normal desarrollo.

No debería.....

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