domingo, 25 de abril de 2010

DE LOS TRES CERDITOS A LOS ÁNGELES DE CHARLIE

Pero nada es para siempre, y hasta la inocente infancia, que durante su transcurso nos parece interminable, se acaba consumiendo.
Claro que en la niñez no pasa como en el cine, que aparece el rótulo de Fin, o como en una bolsa de pipas, que de repente metes la mano y no quedan más que palos.
No; la niñez tiene un final más difuso; digamos que una no se acuesta niña y se levanta adolescente, pero sí es cierto que hay un punto en el que descubres que, definitivamente, algo está cambiando.

En mi caso, y por la época en que me tocó vivir, un día decidí que las modositas estudiantes de los libros de Enid Blyton habían dejado de interesarme y que la Gracita Morales ya no me hacia reir. En resumen: ya no quería parecerme a Rocío Dúrcal ni a Marisol; yo lo que quería era ser como la rubia de “Los ángeles de Charlie”, tener un novio macarra como Travolta y sobrevolar Nueva York en los musculosos brazos de Christoper Reeve.

Y a ello me puse. Lo primero que hice fue arrancar el forro de todos mis libros, que estaban empapelados con viñetas de tebeo, y cubrirlos con fotos de Superman y de las chicas de Speeling. Luego me corté un flequillo como el de Olivia Newton John, me puse dos horquillas detrás de las orejas y, para terminar, cogí toda la colección de pantalones XXL heredados de mi hermano, los desmonté totalmente y los estreché hasta convertirlos en una especie de segunda piel. A todo aquello siguió la customización de las viejas camisetas, a las que arrancaba las mangas para recortar la sisa y desbocaba los cuellos hasta dejar unos escotes que alguno de mis amigos definió como “por encima del ombligo”.
Y es que las adolescentes de principios de los 80 no teníamos ni el presupuesto ni la complicidad materna que hoy existe para el tema del vestuario juvenil. Yo me conformaba con un par de vaqueros nuevos al año, siempre como regalo de cumpleaños, y el resto del ropero me lo fabricaba con lo que iba encontrando por casa. Claro que como fueron los años de la explosión del punk, el tecno, el heavy…. te podías plantar lo que te diera la gana que seguro que en la calle te tropezabas con alguien que iba mucho peor vestida que tú. Así que mi hermano y yo llegamos a hacer ropa hasta con retales de sábanas. Recuerdo perfectamente aquellas tardes de Sábado, sentados en la máquina de coser, dale que te pego al modelito que íbamos a estrenar esa noche, con un ojo en la labor y otro en las piruetas de los concursantes de “La juventud baila”, el concurso de baile del legendario “Aplauso”.

Y, mientras le dábamos al pedal de la máquina, soñábamos que éramos Danny y Sandy en la fiesta de fin de curso, los dos de cuero negro, “You're the One That I Want, ¡UH!,¡UH!,¡UH!...
¡¡¡Honey!!!"