domingo, 14 de diciembre de 2008

¡¡¡QUIERO UNA CAMA DE AGUA

SÓLO PARA MÍ....!!!

Seguí mostrándome como una niña rebelde tras la retirada de los pendientes.
Entonces mis acciones reivindicativas se encaminaron a reventar el descanso de mis progenitores. No podía consentir que, después de pasar todo el día trabajando, volvieran a casa, me hicieran tragar ese indigerible engrudo al que llamaban "papilla", compuesto por maizena y agua y luego me metieran en aquél incómodo moisés.

¡¡¡Ni hablar!!!

De modo que, una vez que todos dormían, yo empezaba a balancearme frenéticamente hasta conseguir volcar la cuna y terminar sepultada bajo las mantas y el colchón, con todos los armatostes por encima. Hoy en día, uno sólo de estos episodios hubiera dado conmigo en una sala de urgencias y con mis padres vigilados estrechamente por una asistente social y acusados de comportamiento negligente para con su progenie, pero los niños de entonces éramos del mismo material con que se fabrican las cajas negras de los aviones, y mis intentos de llamar la atención se quedaron en poco más que algún rasguño que siempre acababa soldando con unas gotas de mercromina y una tirita...
...Y con el definitivo destierro del moisés, que fue a parar a ese cuarto donde se apiñaba toda la basura inútil que, de momento, y hasta el día de hoy, todavía " puede servir para algo", según mi padre ( sobre el que me explayaré en posteriores capítulos ).

Puesto que andábamos más bien escasos de espacio y de liquidez, los autores de mis días decidieron acomodarme en la cama donde dormían mis hermanos, que fue distinta según fuimos cambiando de domicilio: en un principio se trataba de una cama turca cuyo nivel de confort dependía del lugar donde te colocases: en el centro se te hincaban los muelles en el cuerpo; en los laterales, y puesto que el colchón era notablemente convexo, simplemente te resbalabas hacia abajo.

Cuando parte del suelo de esa casa se derrumbó nos mudamos al piso de una tía donde seguimos durmiendo los tres juntos, pero sobre un gran colchón de lana. La ventaja de que no tuviera muelles se veía ensombrecida por el inconveniente de que estaba colocado directamente sobre el suelo.

Pocas semanas más tarde nos mudamos a otro cuchitril, nuevamente con la cama turca, pero ésta vez con un aliciente más: la proliferación de insectos de todo tipo sobre el pavimento ofrecía un riesgo añadido al que ya conllevaba caer al suelo: aterrizar en los lomos de una gigantesca cucaracha. O de un ratón.

Finalmente, en el mes de Enero a mis padres les dieron su casa nueva ( sin cristales en las ventanas todavía ) y allí que nos fuimos. Como había dos habitaciones, la cama turca fue asignada a mi hermano y a mi hermana y a mí se nos instaló en una cama plegable de esas de mueble ( prefiero no pensar de dónde había salido ) que tenía en la cabecera un ganchito con el que yo me distraía bastante haciendo ruido a media noche.

Pasaron meses antes de que tuviéramos una cama para cada una, y años antes de que dejásemos de compartir habitación...

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