... Decían Mecano, cuando la palabra "mariconez" todavía podía utilizarse sin el riesgo de acabar en la silla eléctrica.
Y es que es muy triste lo que ha acabado pasando con el vocabulario... Aquí, que fuimos tan modernos, tan abiertos, tan liberales en los 80... que salías un Sábado por la noche y te metías en garitos donde se juntaban punkis, heavis, pijos... fachas y rojos, ácratas y pasotas, homos y heteros... y no pasaba nada... Bueno sí, que lo mismo a las seis de la mañana dos fulanos acababan a ostia limpia en la puerta del bar, hasta las cejas de birra y de canutos, y si el follón era muy gordo aparecía la pasma, se los llevaban al cuartelillo, llamaban a sus viejos y al día siguiente, después de haberse tirao el moco de pasar la noche en el talego delante de todos sus colegas, se iban juntos de cañas y acababan a las tres de la madrugada, como motos, y haciendo un pacto de sangre en el banco de un parque.
Hoy en día, a los Glutamato Yeyé se les ocurre salir a escena con el bigote tipo Hitler cantando lo de los negritos que tienen hambre y frío y los esperan en la puerta una docena de manifestantes de solidarios con todo lo habido y por haber, doce cámaras de televisión españolas y unas veinticinco o treinta del extranjero y un destacamento de los Geos para encerrarlos en la lechera y llevárselos a preventiva hasta que les salga el juicio por difamación de minorías étnicas y exaltación del nacionalsocialismo.
Pero no es mi intención la de meterme en jardines políticos, que para eso ya hay redactores en la blogosfera... Todo este discurso viene a cuento de que, ya que parece que a las personas de piel oscura ahora hay que llamarlos afroamericanos porque si los llamas negros te pueden decir de todo menos bonita, ya que parece que las asociaciones esas que protegen a todos menos a mí están restringiendo el uso del vocabulario, ya que no se puede decir ni moro, ni viejo, ni ciego, ni puta... ni muchas cosas más, yo me planteo una cuestión:
¿Por qué no hay pena de cárcel para un tío que llama "chocho" a gritos a su novia delante de todo el mundo?
¿Cómo es posible que los hombres tengan tan poca imaginación para dirigirse a una mujer y tanta para calificar a un árbitro?
Sí, porque toda esa terminología asociada al sexo femenino, tipo chichi, chumi, chorrín, chorrete... son palabros más propios para definir subrazas de caniche que para referirse al venerable orificio por el que la mayoría de nosotros hemos llegado al mundo. Y eso por no hablar de expresiones como "Cómemela toda", o la ya más elaborada de los amigos del refranero "La buena teta en la mano entra".
Pero, en serio, y pese a al vulgaridad de todos estos términos, a mí lo que más me horroriza es eso del "cari"... Vamos, que a mí un chico, después del primer beso y antes de pasar a mayores, me susurra la palabra "cari", y ahí se queda, con los calzoncillos en el suelo y el aparato como una berenjena.
El último sin ir más lejos, que igual lo conocéis.. George Clooney se llamaba... sí, ese chico que habla inglés y vende cafeteras. Bueno, pues había sido una velada de ensueño: cena en un restaurante romántico, velitas aromáticas, marisco, champagne francés, un violinista búlgaro...
Íbamos camino de un hotel de superlujo, en una limusina, Nueva York de noche (habíamos llegado allí en su jet privado), música sugerente, más champagne, su aroma viril impregnando la tapicería de cuero bruñido...
En fin, qué os voy a contar.
Suave, dulcemente, él se acercó, rozó mi mejilla con la suya... Sentí el tacto de su barba de dos días, su aliento perfumado, su tono varonil susurrando a mi oído:
"Mmmmhhhh.... I'love you....Dar...!"
"¡Ah, no!"- le dije, bajándome del coche, muy indignada... "Una cosa es que yo no hable mucho inglés y otra cosa que me tomes por tonta. Que sabes que odio que me llamen "cari" y tú me has dicho "dar", que yo sé que es el diminutivo de "darling"... Y te dije desde el principio que a mí de tonterías de esas ni una"
Se bajó del vehículo... vino tras de mí... Se disculpó en inglés, en español. Me prometió matrimonio. Me dijo que dejaría todo por mí: el cine, su país, las cafeteras, las modelos...
Pero yo no le escuchaba.
Taconeaba, rauda, elegante, indignadísima, el cuello del abrigo levantado cobijando mis oídos, perdiéndome en la fría, turbia... inquietante oscuridad de la noche neoyorkina