domingo, 25 de julio de 2010

LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS

El teléfono móvil se inventó un poco más tarde que la rueda, por si no lo sabíais. Por no hablar del Messenger, del Faceboock y del Twenty, por ejemplo. Y en mi casa ni siquiera había teléfono fijo, lo cual era muy bueno y muy malo al mismo tiempo.
Era muy bueno porque nadie te despertaba de la siesta para ofrecerte una cubertería, y era muy malo porque quedar con los colegas era complicado; nosotros quedábamos siempre a la misma hora y en el mismo sitio, y si se producía un cambio de planes y no tenías teléfono, te podías dar por jodida.

Sí, porque resulta que tú te plantabas en el lugar de costumbre, embutida en tus pitillos, con un escote hasta encima del ombligo, unos pendientes de calavera, los brazos llenos de pulseras de cobre y la cresta color caoba bien engominada, y entonces aparecía el mensajero de turno a decir que había cambio de planes, y que venía a buscarte porque toda la panda estaba en casa de Pilarín celebrando su cumpleaños. Y claro, la mansión de los padres de Pilarín, carcas hasta la médula y postulantes del Opus Dei no era el lugar más indicado para presentarte con esas pintas de camarera del Rockola. De modo que tenías dos opciones: o te ibas a casa a cambiarte para asistir a regañadientes al cumple de Pilarín, o bien sobornabas al mensajero con un par de cubatas para que se quedase por ahí contigo hasta que el resto de la peña decidiera cambiar la mesa camilla y las pastitas de té de la insulsa familia de Mari Pili por una partida de billar en el tugurio más cutre del barrio.

Claro que también podía ocurrir lo contario: que tú llegaras con tus zapatitos de damisela, tu camiseta cerrada y tu pantalón de pinzas, y de repente aparecieran tus colegas con el coche y al cabo de un par de horas te encontrases en plenos Sanfermines y disfrazada de Diana de Gales. Con el agravante de que, además, como en tu casa no había teléfono, no tenías ninguna forma de comunicarte con tu madre para decirle que en vez de cenando en casa de tu tía, estabas en Pamplona corriéndote la juerga de tu vida, que habías perdido los zapatos en alguna parte, que la camiseta estaba “ligeramente desgarrada” y que habías descubierto que los shorts eran mucho más apropiados para correr el encierro que los lindos pantalones que estrenaste para la boda de tu hermana.

De modo que os podéis imaginar el recibimiento cuando aparecías a las 5 de la tarde del día siguiente, intentando explicarles a tus viejos que un amiguete había perdido las llaves del coche en un bar de la Estafeta, que habíais tenido que pedir dinero para el tren y que, además, os habían puesto una multa por meter los pies en una fuente.
-¡¡Ahí es donde has perdido los zapatos, desgraciada!!- te decía entonces tu madre (y es que estas madres están en todo-ver entrada nº 11-)

Pero, qué queréis que os diga, estoy absolutamente convencida de que si yo hubiera llamado a mi madre por teléfono para consultarle sobre cada cosa que iba hacer, no hubiera hecho absolutamente nada, privando así a mi apasionante vida de cualquier tipo de emoción...

¡Ah! Y no quiero ni pensar en todo lo que mi madre hubiera podido decirme al oído en caso de haber tenido, durante aquélla fatídica noche, ella un teléfono fijo y yo un teléfono móvil….

domingo, 4 de julio de 2010

LAS DISCOTECAS

Claro que los equipos de sonido domésticos eran entonces bastante medianitos, de modo que donde mejor sonaba la música era en las discotecas. Por eso, y porque era el único sitio donde podíamos meternos para que nuestros padres no nos encontraran, las discotecas eran los lugares a los que todo el mundo iba. De hecho, yo no recuerdo filas tan largas como las que se montaban para acceder a estos templos del alcohol, la danza y la promiscuidad (que se podían ejercer en su interior de manera independiente o simultánea), hasta la caída del telón de acero, cuando las colas del pan de la URRSS.

Pero no todas las salas eran iguales. Cuando se descubrió la rentabilidad del filón discotequero, cada cual se lanzó a la aventura de instalarlas en función de sus posibilidades...

Y desde luego que algunos le echaban una imaginación increíble, porque sacar las bestias de un establo, tapar los tragaluces con vidrios de colores, instalar un par de bombillas pintadas de rojo y después colocar un puñado de sillones viejos en los rincones con el fin de que las jóvenes parejas dieran rienda suelta a sus adolescentes líbidos al margen del bullicio de la pista, y llamar a eso “sala de fiestas”, tenía su dosis de ambición. Por no hablar de la calidad tanto de las bebidas como del servicio, que componían el Dj y camarero, vestido con la americana de Travolta en “Saturday night fever” y su mujer, o novia, en plan Eva Nasarre, con una cinta en la frente, la malla marcando michelines y unos tacones de aguja que la hacían tambalearse al andar con la bandeja sobre el suelo de cemento. La cerveza, Skol o Leon, era de lo peorcito de la época, y siempre estaba caliente… menos en Enero, que te la daban recubierta con una capa de escarcha que te dejaba las manos como témpanos. El tocadiscos era el que el dueño se había traído de Melilla, de cuando la mili, y las novedades musicales llegaban con meses de retraso. Generalmente, estas salas tenían nombres en inglés, en plan “Harry´s House” (esto es, la casa de Enrique- Enrique era el burro que había vivido en el establo-), “People´s Disco” (o sea, la disco del pueblo - de 200 habitantes-), “Nigths & Lights” (noche y luces; lo de la noche era obvio, lo de las luces también porque había más de una)… y cosas así.

Si el promotor era un poco más ambicioso, se hacía con un par de bolas de cristal que colgaba del techo con unos barrones metálicos, y para dotar de más intimidad al “reservado”, habilitaba una pequeña planta sobre el almacén y colocaba allí una fila de sillones, unas mesitas bajas y unas horribles cortinas de terciopelo que al principio eran rojas y al cabo de un mes ni se sabía. El techo no era muy alto, pero ¿a quién le importaba? Nadie se metía allí para estar de pie. Los camareros solían ir de negro, marcando paquete y con el pelo engominado y las chicas cardadas a lo Alaska, con mallas de tigre y camisetas ceñidas. El pinchadiscos estaba en una pecera, y la música solía sonar bastante bien, aunque esparcir los decibelios hasta el techo obligara a saturar los equipos, que emitían a veces unos horribles pitidos. Estas salas tenían nombres de inspiración étnica, mitológica o astronómica: “Júpiter”, “Tutankámon”, “Macumba”, “Zodíaco”….

Cuando la ciudad era mayor y el empresario tenía pasta, el garito ya no era una nave con un par de bolas colgando de las cerchas desnudas. El techo se llenaba de focos y las paredes se recubrían, por lo general de moqueta; se construían dos plantas y los sillones de los reservados eran hasta cómodos. Había dos o tres barras, los camareros llevaban chaleco y pajarita y los cubatas no producían gastroenteritis.
Eso sí, la entrada valía una pasta, pero la música sonaba de miedo. Los nombres ya no eran ni mitológicos, ni alusivos al propietario. Se impusieron la geometría o las onomatopeyas: "Flash", “Vértice”, “Chass!!”, “Cocorico”…

Y para terminar, si el promotor tenia mucha, mucha, pero que muuuucha pasta, sobornaba a un par de concejales, compraba un terrenito junto al mar, montaba una macrosala de 5 plantas que dejaba sin dormir a todo el pueblo durante seis meses al año, acondicionaba un par de carpas para el verano que impedían a los vecinos pegar ojo durante los otros seis, contrataba media docena de Dj´s ingleses, se hacía con una plantilla de 50 camareros y camareras recogidos de los castings fotográficos del playboy, y para completar la decoración, instalaba un par de plataformas móviles donde se desarrollaban números de baile.
Estos locales se convirtieron en centros de peregrinación. De hecho, muchos de ellos siguen funcionando hoy, pese a la ley de protección de costas y a las protestas de los vecinos, que se han acabado mudando al pueblo donde, hace más de 20 años, existió un local llamado “Harry´s House” que hoy es una planta experimental dedicada al cultivo de tomates transgénicos….

Renovarse...