lunes, 31 de mayo de 2010

¿BAILAS?

Por fin Sábado. Toda la semana fumándote las clases del Insti y, por fin, llegaba el día mágico de la semana. Bueno, mágico para quienes no tenían una madre como la mía, que me hacía volver a casa a las 10 de la noche. Eran los tiempos de las canciones de los Pecos y, por suerte o por desgracia, lo de que las chicas debíamos fichar temprano era mucho más cierto que lo de que a los 15 años podías encontrar al amor de tu vida que te compusiera canciones y se enfrentase con el carca de tu padre.

Porque, a esa edad, lo que se busca es eso: el hombre de tu vida. Lo cual no deja de ser una incongruencia, porque hay individuos del género masculino que no se comportan como hombres ni a los 45, de modo que encontrar un hombre a edades tan tempranas es tan difícil como comprar un mueble en el Ikea y que le falte algún tornillo (a mí me ha pasado. Lo del tornillo digo).

Pero lo peor es que entonces estabas convencida de su existencia, e incluso le ponías cara, y nombre y apellidos, y conseguías una foto de él, y leías su horóscopo a la vez que el tuyo, y tu único sueño era que un día, en la disco, a la hora de los lentos, se te acercara, te sonriera dulcemente y te preguntase “¿Bailas?”
Y en lugar de eso, cuando al fin entraba, o venía borracho como una cuba, o se largaba al bar a ver el fútbol o, peor aún, aparecía con alguna frescachona de las que se dejaban meter mano en los reservados de la disco.
Y tú te convertías en la mujer máaaaaaaaaaaaaaaaaaaas desgraciadita de la tierra. Y cuando llegabas a casa agarrabas la antología poética de Bécquer y te la leías de un tirón, y te hartabas de llorar hasta que los mocos te dejaban sin respiración. Y al final te dormías, de puro agotamiento, para levantarte al día siguiente pálida, desmadejada, con la mirada perdida en el infinito, deseando contraer la tuberculosis y expirar sobre el regazo de tu amado, que había corrido a sujetarte con sus potentes brazos al enterarse de tu estado, para confesarte que acababa de descubrir, demasiado tarde, que estaba perdidamente enamorado de ti. O peor aún, colgarte de la lámpara del dormitorio dejando una nota en la que confesabas que te habías quitado la vida porque no podías soportar verlo con otra, y arruinarle de ese modo la existencia por tener que cargar para siempre con tan abrumadora culpa.
Y en estas reflexiones te hallabas, vagando por el pasillo como un alma en pena, con la melena en plan niña del exorcista, en camisón pese a ser las cinco de la tarde de un día de Diciembre y estar la calefacción estropeada, con los ojos arrasados por el llanto y sin haber probado bocado en cuatro días cuando tu madre se acercaba y, al fin, se atrevía a decirte:
“Tienes mal aspecto….
¿No estarás embarazada?”

miércoles, 26 de mayo de 2010

MADRE NO HAY MÁS QUE UNA...

…Afortunadamente.
Porque de existir dos, yo no hubiera sobrevivido a la adolescencia. Claro que existiendo sólo una, la que no me explico cómo no perdió la vida en el intento fue ella.

Y es que, si la relación madre-hija supera con éxito el periodo pospuberal, se puede decir que es un amor para toda la vida. Porque las chicas nos pasamos toda la infancia sin ser conscientes de lo madre que puede ser una madre. Esto es, el hecho de que no te deje atiborrarte de ganchitos antes de cenar se supone que es parte de su trabajo, así como que te prohíba terminantemente salir a jugar a la calle con 8 grados bajo cero.

Pero es que durante la adolescencia, que es cuando más quisieras que tu madre se tomase unas vacaciones, es cuando más horas ejerce.
Porque las madres de adolescentes son como los animales de la selva: que parece que descansan, pero no; al mínimo signo de movimiento levantan la oreja, entreabren un ojo y, cuando te quieres dar cuenta, han caído sobre su presa y la han convertido en picadillo para hacer albóndigas con que alimentar a la prole.

Una se disponía a salir a la calle vestida para triunfar, deslizándose de puntillas por el pasillo aprovechando que mami estaba entretenida con la peli de la Lina Morgan y, justo al llegar a la puerta, y no se sabía bien de dónde ni cómo, surgía ante ti ella sosteniendo una chaqueta. Y no había manera de convencerla de que la chaqueta vasca que tu tía te había regalado a los 12 años no era el mejor complemento para los pitillos ajustados y la camiseta de devorahombres. Madre decía que había que ponerse la chaqueta y, una de dos, o te la ponías, o no cruzabas la puerta si no era por encima de su cadáver.

Y lo peor es que el hecho de sumar a su labor nuevas tareas como esta de supervisora del vestuario, o la de olerte la ropa para saber dónde habías estado, o la de espiar tras las cortinas para comprobar si venías acompañada y por quién, no le restaba eficiencia en sus labores de toda la vida, como la de vigilar que no te dejases comida en el plato, estar al tanto de tus amistades y echarte la bronca cuando llegabas tarde, traías malas notas o no limpiabas tu cuarto.

Y es que, a las preocupaciones por tu salud, por tu porvenir y por tu educación, se había sumado el mayor de los miedos que acechan a todas las madres de adolescentes del mundo mundial:
El de que te dejaran embarazada.

viernes, 7 de mayo de 2010

COLORÍN COLORIDO

Los 80 no fueron una década. Fueron una religión. Yo recuerdo que, de repente, los grises desaparecieron y la policía empezó a ir de marrón (¿...?), los funcionarios de correos dejaron de ir de gris y empezaron a ir de amarillo, los currelas de telefónica dejaron de ir de gris y empezaron a ir de verde….
Y es que hubo un tiempo en este país en que todo el mundo iba de gris. Excepto las viudas, que iban de negro.
Durante décadas.
Y los ministros, que también iba de negro. O eso al menos me parecía a mí, porque la tele en color no llegó a mi casa hasta el mundial del 82, y lo primero que vi fue una peli de vaqueros y al la Nikka Costa cantando el “On my own” vestida de amarillo, como Molière y Manolete cuando les dieron el pasaporte.
Pero la llegada de la democracia, de la movida y, sobre todo (y no me etiquetéis políticamente por esto, porfa…) del Partido Socialista, convirtieron a este país de Nodo en blanco y negro en un episodio de La Abeja Maya.
De repente, todo se llenó de colores: la tele, las corbatas de los políticos, los pelos de los cantantes, los decorados de Almodóvar….
Y es que sólo quienes lo vivimos en directo podemos describirlo. Salir a la calle era como ir al zoo: el pelo de colores, la ropa de colores, los zapatos de colores, los bolsos y las carteras de colores… hasta las radios, las teles, las cámaras de fotos eran de colores; había discos de colores, casettes de colores, carpetas de colores, bolígrafos de colores, vasos y platos de colores…. Era un desahogo, una venganza casi.
Y entonces, en ese periodo variopinto y colorido, fue cuando comenzó mi adolescencia…